“Había una vez un mundo casi perfecto donde se podía respirar con tranquilidad, sin usar tapabocas o aparatos para poder darle vida a tu cuerpo.
Ese mundo limpio y puro era muy bonito, ustedes no imaginan, tanto adultos como niños podían andar libres, sin ningún peligro de contaminación, o de afección de la salud… jugar con barro, andar descalzos, sobre todo los niños en el campo, era muy común además saludable, porque a través del contacto con la tierra directamente de esta se obtenían los anticuerpos necesarios para volverse inmunes a las principales enfermedades existentes en ese momento.
Los relojes, los celulares, no existían y todo se calculaba con el movimiento del sol, la chancla y la velocidad de la mamá atrás de uno.
En este mundo que, si existió y fue real, era otro mundo en este mismo planeta. Los niños eran casi inmortales, se podían pisar alambres, chuzos de moras y de otras zarzas y nada pasaba, bueno un chuzo de guadua sí, era como la criptonita para los niños.
Ramas, palos y pastos dejaban sus huellas en la piel de los niños cuando se jugaba a los caballos, a los buenos y los malos por el monte, donde solo la saliva era el remedio, eso si, no había porque quejarse, pues el verdadero dolor era cuando tu madre o padre te daban una muenda y un baño que te ardía hasta el alma por los raspones y rayones.
Pero, una buena comida y a las 7 de la noche a dormir al otro día a las 6 de la mañana ya no quedaba si no el leve recuerdo y estábamos listos para nuevas aventuras».
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